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En 1972, una joven llamada Patrizia Reggiani, se casó con uno de los herederos más prominentes de Italia, Maurizio Gucci, quien era uno de los favoritos para quedarse con el imperio que su abuelo había construido a principios del siglo XX. Aunque la nueva esposa no era la persona que la familia deseaba en su linaje, ella intentó abrirse camino en la empresa, primero convirtiéndose en miembro de la élite de Nueva York, asistiendo a fiestas y eventos importantes, y codeándose con personajes como Jackie Onassis. Pronto intentó crear una línea de joyería para Gucci, pero no tuvo grandes frutos.

Para 1985, Maurizio abandonó a Patrizia, y en 1994 consumaron el divorcio. En 1995, un hombre se acercó a Maurizio a la puerta de su trabajo y le disparó. No pasó mucho tiempo antes de que se descubriera que Patrizia había contratado al asesino a sueldo, y esta fue condenada a 29 años de prisión (cumplió 18 y salió en 2016) por el homicidio de su ex-esposo. Cuando en reality show de la televisión italiana le preguntaron por qué no le disparo ella misma, respondió “Mi vista no es tan buena. No quería fallar”.

Quien duda de sumar a los cónyuges a la empresa familiar piensa precisamente en casos como este, en el que la relación laboral no funciona, contamina al familiar, personal y, de forma orgánica, acaba con cualquier posibilidad de reconciliación. Aunque es un caso excepcional, sí existen varias razones por las que un negocio formado en el seno de una familia duda cuando se sugiere añadir a la nómina al esposo o esposa de uno de sus integrantes.

En el artículo “Debería su empresa familiar tener una política de no cónyuges”, de la revista Harvard Business Review, se plantean diferentes escenarios que vale la pena rescatar y comentar en este espacio. Ante la pregunta que nos compete, ¿deben trabajar los cónyuges en la empresa familiar?, hay dos extremos:

Implementar una política de no-cónyuges en la empresa familiar

Puntos a favor:

Que ningún cónyuge puede ser parte de la empresa familiar, sin importar su nivel de popularidad, garantiza que los derechos de herencia, de empleo y ganancias se mantengan dentro de la familia.

Se crea una sana división entre las parejas: no hay conflictos por el trabajo que trasciendan las horas de oficina, ni problemas privados que afloren durante el horario laboral.

Una política en contra de que los cónyuges trabajen en la empresa familiar reduce el riesgo en caso de divorcio. Es una consideración importante, ya que el divorcio en una empresa familiar puede tener graves consecuencias que pueden afectar a los derechos de propiedad, laborales y la reputación, y puede ser una gran distracción para la empresa.

Puntos en contra:

Se pierde la oportunidad de aprovechar el talento de un cónyuge por darle espacio a otro familiar que ni siquiera tiene interés en continuar con la empresa familiar, pero que es obligado a integrarse porque “es el negocio de la familia”. 

Se corre el riesgo de hacerle sentir al cónyuge que no tiene derecho a enterarse del negocio familiar, lo que complica la relación: la empresa familiar se vuelve la manzana de la discordia entre cónyuges.

Permitir que cualquier cónyuge se sume a la empresa familiar

A favor:

Puede ser una muestra de la confianza que se le tiene a la pareja.

El cónyuge se puede convertir en uno de sus defensores más leales de la empresa.

Se amplían las opciones de la familia; en caso de que un miembro no pueda ocupar un puesto clave, se contará con un integrante nuevo que seguro compartirá ideales, códigos de ética y hasta conocimiento en las labores a realizar.

Lo curioso de estos escenarios es que pueden ser buenos dependiendo de la empresa que los implemente y, sobre todo, cómo lo haga. 

Recuerdo una película de Steven Spielberg, The Post, que en esencia trata sobre el dilema al que se enfrentó el Washington Post antes de publicar la información que el gobierno de Estados Unidos tenía sobre la Guerra de Vietnam. Sin embargo, su conflicto central es otro: quien debe tomar la decisión es la hija del dueño del periódico, Kay Graham, quien está en una situación espinosa. Su padre ya tiene tiempo que ha muerto, y el heredero de su puesto era el esposo de Kay, quien también fallece. De pronto, Graham se ve en el puesto que antes estaba reservado para los varones de la familia (o los cónyuges de las hijas) y debe ganarse el respeto de los inversionistas, el personal del periódico y, encima, crear un hito al entrar a un salón lleno de hombres para convencerlos de que publicar aquella importante noticia era más importante que seguirle el juego al gobierno de los Estados Unidos.

Si analizamos lo que ocurre, al no contar con una política de no-cónyuges, el periódico tuvo manera de dejar a las mujeres fuera de los puestos de dirección (por cierto, un problema que sigue vigente, incluso en países como Alemania, según un artículo que leí hace poco).

Cuando sí se implementa una política de este tipo, la empresa familiar se ve obligada a tomar en cuenta a todos sus miembros, sin importar prejuicios como el género, y se hace el esfuerzo de involucrarles desde jóvenes para que conozcan cómo dirigir el negocio, algo que el personaje de Kay tuvo que aprender en poco tiempo para resolver el problema de su propia empresa. Independientemente de la solución a la que una empresa familiar llegue, es importante que procure lo siguiente:

Crear una política clara de cómo invitar, evaluar y despedir (si es necesario) a un cónyuge.

Que exista un manual que hable de políticas y reglas que se apliquen, sin excepción, a todos los integrantes de la empresa familiar (y que sí se cumpla).

Que los códigos de conducta se expliquen y estén a la mano para consulta.

Que se explique claramente cómo se realizan las compensaciones y la repartición de ganancias.

Que se aprenda a separar el trabajo de la convivencia conyugal. Separar el trabajo del hogar y los negocios del amor es complicado en una empresa familiar.

Nadie desea una historia como la de la familia Gucci, tampoco como la de Kay Graham, por más heroica que pueda verse en pantalla. La verdad es que las soluciones son menos espectaculares de lo que vemos en pantalla: al final, se trata de organización, trabajo duro, visión de futuro y mucha, pero mucha tenacidad. 

Es muy importante reconocer que llevar a la familia política a una empresa familiar y equivocarse puede perjudicar tanto a la familia como a la empresa. Y llevar la sala de juntas de la empresas al hogar puede convertirse rápidamente en una situación tóxica en cualquier matrimonio.

Vía: Forbes México.


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