Macarena Ramos es ingeniera agrónoma y, luego del fallecimiento de su papá, dejó un trabajo de investigación para dedicarse de lleno al campo familiar en Tucumán
Habían pasado 10 días de la muerte de su padre. Con 27 años, Macarena Ramos se subió a la camioneta y condujo hacia un lote en el campo familiar. Con el cultivo bajo sus pies, lloraba: era el que él había sembrado. “Me había ganado una beca y había sido abanderada de la facultad de agronomía; sin embargo, sentía que no sabía nada. No es lo mismo ser ingeniero agrónomo que productor”, cuenta la joven, que hasta ese momento se había dedicado a la investigación, pero luego del fallecimiento de “la cabeza familiar”, Raúl, junto a su madre, Viviana, y su hermana, Micaela, tomaron las riendas del establecimiento.
“Uno no imagina de lo que es capaz hasta que la vida te fuerza a hacerlo. Nunca creí estar en el lugar que estoy ahora”, confiesa la joven, que después de tres años de ese momento relata orgullosa que las tres forman “un gran equipo”. Ella, incluso, comenzó a asesorar a otros productores.
“Recuerdo que aquel día nos sentamos con mi mamá y mi hermana; nos miramos preguntándonos: ¿cómo vamos a hacer? No teníamos mucho tiempo para pensar, era plena época de siembra de poroto”, recuerda. Su padre, que tenía 57 años, era tercera generación de productores agropecuarios de La Ramada de Abajo, Tucumán.
La decisión fue unánime: había que seguir. Las tres se tomaron de la mano y salieron a hablar con los empleados para consultarlos si las iban a acompañar. Al día siguiente salieron todos a continuar con la actividad. Fue la primera campaña agrícola de Macarena, Viviana y Micaela.
“Siempre había estado como compañera de mi papá, pero nunca había aceitado los detalles, como por ejemplo cuántas semillas había que tirar. Sentía que los conocimientos técnicos se me habían evaporado”, señala la joven que hasta ese momento vivía en San Miguel de Tucumán y trabajaba en la Estación Experimental Agroindustrial Obispo Colombres (Eeaoc).
“Yo pensaba que lo mío era la investigación, inclusive estaba proyectando hacer un doctorado”, dice. Macarena renunció a su trabajo, regresó a vivir al campo y postergó lo del doctorado. “No creo que nunca lo concrete porque ya tengo otro rumbo, apunto a otro lado”, afirma.
“Si alguien me hubiera dicho que me iba a pasar lo que pasó, jamás lo hubiese creído”, cuenta, por su parte, Viviana. “Yo me veía como acompañante, no como cabeza”, agrega. Hoy, con satisfacción habla del equipo junto a sus dos hijas y cómo llevan adelante el negocio familiar. “Es gratificante porque no hubo obstáculos que no hayamos podido superar, la verdad es que no nos va para nada mal”, cuenta.
Macarena coincide con su madre. Y mirando hacia atrás reconoce que las tres crecieron en su rol como productoras. “Hace dos años no imaginé tomar decisiones tan complicadas porque en la actividad agropecuaria todo implica mucha inversión y riesgo. Por eso, las primeras decisiones fueron las más complicadas y ahora una ya ganó más seguridad porque tenemos la suerte de ver que lo que vamos haciendo va teniendo buenos resultados”, comenta.
Las dos hablan con mucho orgullo de Raúl. “Todo lo que él ganaba en el campo lo dedicaba a nuestra educación. Hizo un sacrificio enorme para que junto a mi hermana vayamos a estudiar la secundaria y agronomía a Tucumán”, reconoce su hija
Hace tres meses Macarena decidió también unirse a la Asociación de Productores Agrícolas y Ganaderos del Norte (Apronor). ”Cuando me metí en el rol de productora sentí la injusticia de las retenciones, de no tener políticas regionales. A mí no me gusta que me toquen mi trabajo y mis cosas. Frente a eso no me podía quedar con los brazos cruzados. Tengo que ver qué hago para cambiarlo”, indicó.
También desde hace un tiempo asesora a otros productores. “Esto no lo podría hacer sola, mi madre es una luchadora tremenda. Se planta frente a los de los bancos, acopios, de la agronomía, y mi hermana aporta desde su lugar de ingeniera. Seguimos porque las tres hacemos un buen equipo”, concluye.
Vía La Nación.
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